En unos pocos días cumplo 55. Sí, 55 años. Soy de esa generación cuyas madres dejaron de trabajar cuando se casaron porque debían dedicarse en cuerpo y alma a cuidar a la familia y dejar que fuera el hombre el que llevara el dinero a casa. Soy de esa generación, que creció viendo como las mujeres siempre debían ser perfectas: cocinar bien, coser bien, tener la casa siempre impoluta, niños bien educados, siempre bien vestidos, guapas, contentas y felices, sin queja alguna. En mi caso, yo me prometí a mi misma que jamás seria así, que yo trabajaría toda la vida para nunca tener que depender de nadie. Así que todo lo hice rápido, como si la vida se me escapara: me puse a trabajar muy joven, mientras estudiaba, me casé joven (cuándo juré que nunca me casaría), tuve hijos joven, dos, y… no fue hasta casi cumplir los 50 que me di cuenta que la mitad de mi vida me había pasado en un suspiro intentado llegar a todo, de la manera más perfecta, intentado tener a todo el mundo contento, en equilibrio: estupenda en el trabajo, estupenda en casa, estupenda madre, estupenda esposa, estupenda hija… sin darme cuenta, repetía los patrones que había vivido de pequeña, pero añadiendo todo el trabajo extra que significaba ganarse la vida.
Cumplir 50 fue como una epifanía. Mi hija, que siempre ha sido más mayor de lo que le tocaba, me dijo un día que nunca querría ser como yo. Porque trabajaba demasiado y no disfrutaba de la vida. Paré. Pensé y me di cuenta de todo lo que había dejado atrás por llegar a todo lo que tenía delante. Me di cuenta de que la perfección no existe, que no pasa nada si te equivocas, que no pasa nada si no preparas comidas, que no pasa nada si no llegas a tiempo a recoger a los niños, que no pasa nada si estás cansada, disgustada y de mala leche, que no pasa nada si piensas más en ti misma, en tu carrera profesional…
De hecho, sí que pasa. Pasa que, si no reaccionas, perpetuas un estereotipo en el que nunca debimos entrar. Pasa que dejas pasar oportunidades de crecimiento profesional, pasa que dejas de ser el referente para las futuras generaciones, tus hijas, sobrinas, hijas de tus amigas, que deberías ser. Cuando te creías que lo eras.
De todo esto me di cuenta solita, pero al acabar de leer el libro Lean In de Sheryl Sandberg, recibí el empujón que necesitaba para empezar a cambiar cosas de forma radical. Me di cuenta del gran poder que tiene el networking, conectar con tu entorno, conectar con mujeres de realidades similares y otras de muy distintas, mujeres que necesitan soporte y otras que te lo dan a ti, de ver qué sin querer, estás echando un cable y haciendo que otras mujeres se sientan mejor, que crezcan personal y profesionalmente. Que no hay que callar. Que lo que está mal, está mal y se ha de decir alto y claro para que cambie y que, sobre todo, nuestras niñas, nuestras futuras mujeres, han de sentirse libres para decidir ser lo que quieran, en un mundo mucho más justo y equilibrado.
Visibilizarnos, conectar, compartir experiencias, denunciar injusticias y, sobre todo, apoyarnos las unas en las otras, trabajar juntas, en equipo, para poder progresar y conseguir que el mundo de ese vuelco que necesita para que podamos empezar a hablar de personas, personas buenas, malas, con talento, sin talento, profesionales de cualquier disciplina: ingenieras, enfermeros, bomberas, cuidadores del hogar, jugadoras de fútbol multimillonarias o azafatos. Me da igual, mientras se haya podido escoger con libertad y sin prejuicios.
Yo ya no sé si lo veré, pero os aseguro que haré lo que esté en mi mano para ayudar a que pase. Te apuntas?
Artículo escrito por Eva Blanco, Head of Public Affair en Lean In Barcelona
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